lunes, 31 de enero de 2011

Un sueño hecho realidad...!

La semana pasada se me concedió el deseo que vengo pidiendo desde hace ya casi 10 meses! Soñé a mi Sebas, si, te soñé mi amor! 

Me desperté y vi que el reloj marcaba las tres y quince de la madrugada del viernes, estaba medio dormida pero extrañamente me sentía feliz, tenía una sensación de bienestar inexplicable. Me di la vuelta para seguir durmiendo y entonces, de repente todo vino a mí:

“Estábamos en la casa en donde viví durante mi infancia, yo iba caminando por un corredor en dirección al cuarto de mis papás. Antes de entrar a éste, te vi sobre la cama, acostado, no como se acuesta un bebé normal, nooo tú estabas divinamente acomodado, recostado sobre varias almohadas y encima un edredón. Estabas viendo tele, una película. Jaja
Entonces yo entré y me senté en una silla que estaba al lado de la cama y empezó la magia: Pude ver perfectamente tu carita, tu ojitos, esa dulce mirada que te caracteriza. Empecé a hablarte con todo el amor de mi corazón y a darte besitos, mientras te acariciaba, tú me escuchabas y te movías mucho, parecía que entendías todo y me correspondías con una gran y hermosa sonrisa. Qué emoción. Estuvimos así por mucho tiempo hasta que tú hiciste un gesto y un pequeño gemido como de inconformidad. Entonces yo te pregunté si querías que me fuera y te dejara tranquilo viendo tu peli. Y tú, con la vocecita más dulce que cualquiera pudiera imaginar dijiste: “Si”. Supongo que puedo decir que fue tu primera palabra jajaja. Me acerqué entonces a darte un último beso y salí del cuarto más feliz y tranquila que nunca”

No sabía qué hacer, sentía mariposas en la panza, quería despertar a Fernando para contarle todo, pero él tenía que levantarse muy temprano, además últimamente dice que si se despierta de madrugada no puede volverse a dormir. Pensé entonces en mandar un mensaje a alguien, pero…a quién? eran las tres de la madrugada. Entonces me senté y empecé a repasar el sueño una y otra y otra vez. Tenía que quedarse perfectamente grabado para que si me volvía a dormir no se me olvidara.

En realidad no sé cómo funciona la mente, pues Sebastián es mi primer pensamiento cuando despierto y el último antes de dormir. No hay noche alguna en la que no pida soñar con él. Pero al parecer soñar no es tan fácil, o tal vez recordar es el problema.

Ya anteriormente había soñado con el Sebas. No muchas veces. Pero jamás había podido ver claramente su carita. Mucho menos su sonrisa. Una vez tuve la oportunidad de conocer ”El salón de visitas del cielo” Jajaja, Si. Así como lo leen. Para llegar a él tuve que pasar a través de una pared que un señor barbudo amablemente me mostró y viajé a través de millones y millones de luces blancas y amarillas en un túnel negro, negro, negro. Supuse que iba en dirección al cielo. Cuando llegué, el lugar parecía un teatro, muy elegante, con las luces tenues, habían mesas con comida, había ropa, habían incluso juguetes y mucho lugar donde sentarse. No parecía para nada el cielo que siempre me había imaginado, estaba bastante confundida. Empezaron a llegar las personas, todas se veían muy tranquilas y felices. De repente yo tenía a mi Sebas entre mis brazos, no pude ver su carita, simplemente sabía que era él y finalmente entendí que era el salón de visitas del cielo! Claro! Yo no podía conocer el cielo porque todavía estaba viva, solo me habían dado la oportunidad de ir a visitar al Sebita. Me puse a llorar mientras lo abrazaba fuertemente y entonces algo me despertó. Estaba enojadísima de no habérmelo comido a besitos en lugar de estar llorando!

Muchos probablemente no entiendan el valor y significado tan grande de este sueño, pero para mí, puedo decir con sinceridad y literalmente: “ Es un sueño hecho realidad” porque así lo sentí. Estuvimos juntos, fue real, nos llenamos de amor...

Volví a dormirme y cuando desperté lo primero que vino a mi mente fue el sueño, desperté a Fernando y le empecé a contar con lujo de detalles, él estaba feliz feliz (no ha podido soñar al Sebas).

Durante el día le conté a todos cuantos pude y sinceramente puedo decir que ese día fui inmensamente feliz! Todavía tengo re presente su carita, su mirada, su sonrisa, tan perfecto mi niño hermoso. Se acuerdan que había estado muy triste, pues ya no, desde ese día he sentido una paz enorme en mi corazón, es como que finalmente sé que en donde él está, está bien, es feliz y sabe que lo amo, que lo amamos, es como siempre he dicho pero ahora siento que lo puedo respaldar:

“tanto amor, tiene que llegarte hasta el cielo mi amor…”

miércoles, 12 de enero de 2011

(El duelo como un proceso, III parte)

CHARLA DEL DR. BIANCHI EN LUJAN (PARTE 3)

Yo defino al duelo como un proceso. Un proceso es una sucesión de etapas. Cualquiera de ustedes sabe que uno va cambiando día a día, que no siempre está igual. Incluso, muchas veces, uno no está igual dentro del mismo día. Uno tiene grandes cambios. Entonces, el proceso del duelo es la respuesta emocional normal frente a toda pérdida significativa. Decimos que no es una patología, no es una enfermedad. Es una respuesta que se extiende en el tiempo.

Ésta es una pregunta interesante: ¿el duelo finaliza?, ¿termina el duelo? En algunas escuelas psicoanalíticas se habla del final del duelo. Pero no hay tal final del duelo. El duelo es un sentimiento permanente. Los que estamos de duelo por haber perdido un ser entrañablemente querido, seguiremos estando de duelo hasta que nosotros vivamos. Entonces, ¿el duelo es un sentimiento permanente?

No es un sufrimiento permanente, en la medida en que nosotros podamos dar una respuesta saludable que nos permita volver a otorgar un sentido a nuestra vida que, de algún modo, es otorgarle un sentido a la muerte de un hijo.

Cuando la psiquiatría habla del final del duelo, de acuerdo a mis condiciones, y a lo que yo escribo, el final del duelo sería cuando uno logra el desapego. Es decir, cuando uno logra desprenderse de la tiranía del pasado y unir dentro de uno el recuerdo cariñoso de ese hijo que no está, con nuestro propio proyecto de vida. Cuando nosotros podemos volver a caminar. Y lo que podemos caminar y hacia dónde caminamos está íntimamente relacionado con ese hijo que físicamente no está, que ha producido cambios tan importantes en nosotros.

Yo creo que cuando se llega al desapego, cuando uno logra desprenderse de la tiranía del pasado y hace coincidir dentro de uno el recuerdo cariñoso de quien no está con nuestro propio proyecto de vida, es lo que la psiquiatría llama final del duelo.
El duelo es un sentimiento permanente.
Es nuestro compromiso el que sea un sentimiento permanente. Nosotros tenemos el enorme compromiso y la responsabilidad de sostener el vínculo amoroso que tuvimos con ese hijo o hija. Ellos no pueden hacer nada para ayudarnos, para que los recordemos, para que no los olvidemos. El compromiso y responsabilidad es del doliente, del que quedó. “Voy a hacer mi vida y seguir adelante”, pero con el recuerdo permanente y cariñoso de quien no está.

Esa situación de desapego va unida a la trascendencia al dolor. Trascender al dolor es hacer el egocidio, dejar el egocentrismo, levantar la vista y ver que a él también le duele. Trascender el dolor.
Por eso, para la Logoterapia –que es una de las escuelas psicoanalíticas que hay, la única que parte desde un concepto de alteridad, de respeto y conocimiento por el otro– el hombre que supera el dolor y llega al dolor de los demás, trasciende como ser humano. Nuestros hijos también trascienden su muerte física. Esa es nuestra responsabilidad y compromiso.
Ellos están en nosotros. Ellos nos ocupan, están en nosotros.

Ustedes ven que, al principio del duelo, cuando uno pierde algo, lo quiere encontrar, lo quiere recuperar. Cuando uno pierde un ser tan querido, lo busca para recuperarlo. “¿Dónde está?”. “¿Está en el cementerio?” y hay gente que va muy seguido al cementerio; así como hay otros que no fueron más que el día que lo llevaron al cementerio y no volvieron más. Mucha gente va mucho al cementerio porque está buscando a su hijo; creen que está allí. Yo iba mucho al cementerio al principio. Estaba muy confundido. Sin tener nada claro. Yo lo buscaba entrañablemente en el cementerio.
O no querer que se modifique nada de la habitación donde él vivía, en casa, porque para mí él estaba en su ropa, en sus camperas. Durante un tiempo, indudablemente tenían el olor de él. Entonces, uno lo busca, se abraza a una campera, o va al cementerio.

Yo creo que después, con el tiempo, los dolientes nos vamos dando cuenta de que no está en el cementerio. Además esto se puede comprobar fácilmente. Si ustedes van a un cementerio, van a ver que hay tumbas con flores y tumbas sin flores. Nada más lean las fechas y van a ver que las flores están en tumbas bastante recientes. No tengan duda de que hay muchas tumbas sin flores y cuando ven la fecha, son las más antiguas. La de Martín, por ejemplo, no tiene flores, y al principio estaba llena de flores. No sólo iba yo, sino mucha gente que lo quería. Pero la vida continúa para todos. Las flores menudean, cada vez hay menos, y las visitas al cementerio también van siendo menos.

Creo que no está mal que esto ocurra. Yo puedo ir menos o no ir, o ir esporádicamente porque yo siento que él está conmigo. Finalmente, lo he puesto ya no en la campera o en la ropa o en la habitación que él tenía; él está conmigo. Es decir que siento que voy y vengo y viajo con él. Por eso pude no ir más al cementerio. Por eso pude mudarme. Yo no quería mudarme porque la habitación de Martín era como un museo, yo no podía pensar en separarme de su habitación.

Cuando uno se da cuenta de que la muerte no es una ausencia, sino una presencia distinta y que ese ser que ha muerto no tiene objeto sustitutivo, pero nosotros lo podemos recuperar en otra dimensión, donde sí sigue existiendo, trasciende su muerte física dentro de lo que lo queremos.

Bueno, no sólo va menos gente al cementerio, con el tiempo también hay gente que a lo mejor nos visitaban, nos visitan menos o no quieren que hablemos de nuestros hijos. Por eso, durante un tiempo, el concurrir a un grupo de ayuda mutua, donde uno puede libremente recordar cosas de sus hijos creo que es algo necesario porque las puertas se van cerrando, si no.
Un grupo de ayuda mutua es un buen lugar. No es el único. Es un buen lugar. También conozco papás y mamás que no participaron de grupos de ayuda mutua y pudieron dar una respuesta valiente y saludable a la muerte de un hijo dentro de un proceso terapéutico; o llevados por su sistema de creencias; o un sacerdote los pudo ayudar.

De lo que sí estoy convencido es que el peor duelo es el duelo solitario. Nosotros tenemos que tener con quien poder hablar de nuestro hijo y recordar situaciones. En general, con el tiempo, podemos ir recordando situaciones alegres, situaciones risueñas. Podemos recordar, a lo mejor, a nuestro hijo con una sonrisa, porque algunos hemos tenido la suerte de disfrutar muchos momentos felices. Y de eso es de lo que nos tenemos que asir. De esos momentos felices.

Gabriel García Márquez dijo: “La memoria del corazón elimina los malos recuerdos y atesora los buenos, y es gracias a ese artilugio que logramos sobrellevar el pasado”. Creo que es así, creo que es cierto.

Lo que uno extraña son los momentos felices del vínculo. Los momentos que se acompañaron con una sonrisa, un abrazo.

Describo en el libro, cuando hablo de los obstáculos y vicisitudes en el camino del duelo, que uno de esos obstáculos son las escenas temidas, son los momentos que siguen a la muerte: el velatorio, el entierro, la Morgue. Lamentablemente tuve que pasar por todas estas experiencias. Fueron dos o tres días que durante mucho tiempo me obsesionaron y me despertaban a la noche. Esas son las escenas temidas. No tiene sentido que les cuente esos tres días, pero se los podría contar sin mayor emoción porque eso no es lo que yo extraño de Martín. Además, ¿quién extraña un velatorio?
Uno extraña los momentos felices. Me parece que Joseph Conrad tiene razón, nosotros tenemos que quedarnos con el recuerdo permanente y cariñoso de los momentos felices que pudimos haber disfrutado con ellos y de esa manera, entonces, el comentario acerca de nuestro hijo se puede acompañar de una sonrisa, de un momento de paz y serenidad.

jueves, 6 de enero de 2011

(el egocidio II parte)

CHARLA OFRECIDA POR EL DOCTOR BIANCHI EN LUJAN (PARTE 2)

Dentro de ese derrumbe del que hablábamos, yo siento, mirando para atrás, que yo he tenido un desgarro emocional muy grande, pero que he sido muy egoísta en aquel momento porque, tal vez, me había centrado en mi propio sufrimiento, como si el protagonista fuera yo. Desatendía los vínculos afectivos que, por suerte, me quedaban. No he sido, en un principio, un padre contenedor para mis hijos vivos. Ocupado en mi sufrimiento y dolor, los he desatendido, de algún modo. Y también a mi pareja, que durante tiempo tuvo que convivir con alguien triste, muy afligido; ella tuvo la delicadeza de aceptar ese estado emocional mío.

Tiempo después pude hacer conscientes estas debilidades que uno tiene. Los que han leído algunos de mis escritos –o el libro–, habrán podido leer alguna página que dice: “Quiero disculparme”, donde me disculpo con mis hijos vivos, por haberlos desatendido durante algún tiempo, sin siquiera ver que ellos también estaban de duelo: habían perdido un hermano. A mí me parecía que todo el sufrimiento era mío. No sé qué fantasía tenía, que el mundo debía consolarme a mí.

Dejé de atender y de trabajar como profesional. No recuerdo cuánto tiempo, pero fue bastante. Un año, digamos. Yo no podía ir a la consulta porque ningún problema que me presentaran me parecía de la importancia que tenía el mío. Es decir que no pude volver a trabajar, hasta que yo no entendí que cualquier problema es problema para quien lo padece y que necesita ser comprendido y entendido desde su problemática y no desde la comparación con otros problemas.

Entonces, yo, en mi omnipotencia, creía que ningún problema podía ser como el mío. Y además, los pacientes sabían lo que había sucedido. Muchos de ellos estuvieron muy cerca de mí, incluso en los momentos posteriores a la muerte; es como que los pacientes me cuidaban a mí. No me querían hablar de lo que para ellos era un problema porque también ellos pensaban que era poco problema, comparado a lo que yo tenía. Así que no tenía sentido que yo trabajase de esa manera.

¿Cuándo volví a trabajar? Tal vez cuando pude empezar a hacer mi egocidio.
Esa es una palabra que uso habitualmente en mis escritos. El egocidio es la muerte del ego, la muerte de la soberbia. Es el aceptar que yo no soy el ombligo del mundo. Es el aceptar que a mí me puede pasar lo que le puede pasar a cualquiera; que las generales de la ley también son para mí. Recién allí uno puede levantar la vista, salir de uno mismo, levantar la vista para mirar al otro y entender que el otro tiene problemas. Mientras uno no haga el egocidio, no empieza la respuesta que el destino o Dios nos pide cuando se muere un hijo.

De acuerdo al sistema de creencias, uno puede elegir Dios o el destino. El sistema de creencias tiene su peso en todo esto.

Me sirvió desde un principio el Grupo Renacer. Con ellos pude volver, con el tiempo, a hacer una broma, a reírme sin sentir, por esto, que estaba olvidando a mi hijo. Las primeras salidas, los primeros asados los hacíamos en esa comunidad unida en torno al duelo, que era, en aquel momento, ese grupo Renacer. Allí uno se sentía libre de poder contar un chiste y reírse, porque sabían que los padres no van a pensar: “¿cómo se puede reír, si se le murió un hijo?”. Eso lo puede pensar la sociedad, los de afuera.

La sociedad tampoco sabe qué hacer con nosotros. Porque ellos tienen un conocimiento racional de lo que es el duelo y, entonces, muchas veces nos dicen frases hechas: “El tiempo todo lo cura”; o la palmada en el hombro y: “bueno, bueno, hablemos de otra cosa”. La sociedad no sabe qué hacer con nosotros. Pero no hay que extrañarse. No tienen que extrañarse que alguien que los conoce, al verlos en la calle se cruce de vereda para no saludarlos. No es que sean malos. No saben qué decirnos. También está el que no puede hacernos un llamado telefónico. No nos puede hablar.
Como cambian tanto las cosas después del derrumbe emocional, hay gente que por ahí no esperábamos que estuvieran tan cerca, y están más cerca. Y, a los que esperábamos que estén, no pueden. Nosotros no hicimos ningún curso para perder un hijo. Ni la sociedad, llámese familia, amigos, tampoco hicieron un curso para saber qué se le puede decir al que ha perdido un hijo.

En este metie todos somos aprendices. Pero con el tiempo y, en principio, los grupos ayudan. Y nos vamos dando cuenta de algunas cosas: que tenemos que aprender a convivir tal vez con esta segunda piel para poder estar otra vez en sociedad, para evitar, a lo mejor, una suerte de censura social, que considera que todo aquel que ha tenido un derrumbe epistemológico es un discapacitado. Pueden comentar: “Era muy bueno, pero después que murió el hijo…” pareciera que ya no somos tan confiables. Consideran que somos distintos.

Están en lo cierto: somos distintos. Pero no porque seamos discapacitados. Somos distintos porque somos mejores personas, porque esta crisis nos da la oportunidad de crecer espiritualmente, de ser mejores personas y de tener otra mirada hacia el dolor de los demás. Por eso, muchos de nosotros le hemos otorgado, a lo mejor, un sentido a la muerte de un hijo –o más de un hijo– y un nuevo sentido también a nuestra vida, en función de una respuesta que hemos podido dar desde la espiritualidad. No hay otro lugar. Nosotros somos Cuerpo, Mente y Psique –espíritu–. Independientemente de una doctrina religiosa. Desde una doctrina religiosa o no, la única respuesta que puede ser dada a una pérdida tan grande es desde la espiritualidad.

y terminó el año! (El duelo no es una enfermedad I parte)

Y pasaron las fiestas de fin de año…. Gracias al cielo! Nunca me imaginé que fueran a ser tan pero tan difíciles. Hace un año, cuando Sebastián todavía estaba entre mi panza, éramos tan pero tan felices! Mi mamá le regaló a Sebastián una taza, una tacita en forma de carrito preciosa y me acuerdo que le pregunté porque un carrito si no sabíamos si era nene o nena! Hasta el día de hoy no sabe porque escogió el carrito, me imagino que simplemente sabía. Si, y es que el Sebita dejó ver que era un varoncito en el ultrasonido hasta cuando tenía casi 7 meses! El que nunca dudó fue su papá. Fernando desde los primeros meses de embarazo sabía que era un nene, siempre supo que era Sebastián. Yo no. Mi instinto de madre falló, me pasé los primeros 6 meses jurando que era una nena, incluso le hablaba como que fuera nena. Perdón mi chiquitín ;) Tal vez se deba al hecho de que toda la vida desde que tengo memoria quise que mi primer hijo fuera un nene. Así que traté de convencerme a mi misma de que era una nena por si mi deseo no se cumplía.

Si, la navidad pasada fue especial, me acuerdo que comía y comía dulces y galletas por todos lados, al Sebas le encantaba lo dulce! Y lo sé porque a mi nunca me ha gustado. Soy de las que se toman el café sin azúcar, de las que comen helado una vez al año, de las que prefiere un taco a un pastel y con Sebastián de repente todo lo dulce era mi primera y única opción! Era inmensamente feliz, lloré mucho, pero lloraba de felicidad, de emoción, no podía creer que estaba pasando, me sentía tan afortunada, bendecida, tenía todo lo que quería y no había nada más que pudiera pedir. Bueno, claro, solamente que mi bebito naciera bien. 

Pero este año todo fue diferente… todas las ilusiones y la esperanza del año pasado desaparecieron, pero lo que más faltó fue nuestro Sebastián! No me gusta decirle que lo extraño porque generalmente no lo extraño, lo siento conmigo, pero esta vez sí sentí el verdadero dolor de la ausencia física. Una tristeza indescriptible se instaló en mi corazón desde un poco antes de navidad y de alguna manera hasta el día de hoy no se quiere ir. Sé que es normal y lucho por seguir adelante aunque no es fácil porque además de todo: Son pocos los que entienden, y uno tiene (o quiere) pasar todo este proceso solo. Como dijera mi querida amiga/hermana Loreto quien escribió un lindo texto al que llamó “No me juzgues por favor” en un párrafo: “En esta montaña de sentimientos tendré minutos buenos y minutos malos, no creas que verme sonreír significa que todo ha pasado, no pienses que si lloro amargamente necesito ayuda, no me juzgues si no tengo un día bueno, si no le encuentro sentido a las cosas, no tengas miedo de hablar de mi hijo, no te sorprendas si hablo de él a cada instante, si lo recuerdo, si lo imagino, es mi manera de tenerlo presente, es mi manera de mantenerlo vivo porque para mi sigue existiendo” y así es. 

Poco antes de navidad estuve pensando mucho y llegué a la conclusión que tampoco es justo decir que nadie entiende si ni siquiera les damos la oportunidad de entender, los que hemos vivido esto no me dejaran mentir cuando digo que de alguna forma nosotros tratamos de protegemos, a veces nos alejamos para evitar que nos lastimen los que “no entienden”, nos callamos porque sabemos que  "no entienden” y así que me armé de valor y le escribí un correo a una de mis mejores amigas contándole todo, le abrí mi corazón totalmente, lloré mucho mientras lo escribía y lo releí tres veces para asegurarme de que estuviera bien. Le dije que la necesitaba, que me dolía mucho que no entendiera. Le comenté varias situaciones que me hicieron mucho daño pero también le dije que sabía que ella no podía entender por que no lo había vivido, que la quería mucho y era muy importante en mi vida, que su amistad era tan valiosa para mi, que por eso había tomado la decisión de escribirle. Mala idea. Mi amiga se ofendió tanto que dejó de hablarme por varios días, no contestaba mis mensajes, ni mis llamadas, ni mis correos, nada! Le pedí perdón de corazón, me arrepentí de haberle escrito, de hecho pasé la navidad pensando que nuestra amistad había terminado y eso me puso más triste. Dos días antes de año nuevo me escribió, me confirmó que si se había ofendido, que no había querido hablar conmigo, que no lograba entender, además de que tenía muchas cosas en la caebeza, que la perdonara, me dijo que nos juntáramos a desayunar,  pero lastimosamente yo no podía el día que ella podía, entonces, le escribí diciéndole y asegurándole que cualquier otro día que ella pudiera yo iba a poder, porque era importante que lo habláramos. Pero nunca me contestó y aquí estoy otra vez sin saber nada de ella. Como le dije: no la culpo, probablemente también yo le hago daño a ella. Es una situación bastante complicada y la verdad me da miedo caer en un punto en el que no solo las personas a mi alrededor crean que mi vida y lo que me ha pasado es más importante que lo que otros viven, sino que yo también en algún momento lo llegue a creer. Y no niego que a veces me parece que es así, que realmente no hay nada peor en el mundo que lo que nos ha pasado, que la muerte es la única cosa en la vida que no tiene solución, pero en el fondo sé que no es así. Voy aprendiendo a que no es así. La verdad es que todos tienen sus vidas, sus propios problemas. Con el pasar del tiempo me he dado cuenta que, y me viene a la mente una frase muy linda para explicarlo mejor: “No importa cuán roto esté mi corazón, el mundo no se detendrá ante mi dolor”. Y no lo digo solo refiriéndome a mi, sino a todos nosotros. Es la realidad.  Pero es un proceso difícil, muy largo… y mientras transito por este camino agradezco de corazón todo el apoyo y el amor de las personas que me quieren, que están a mi lado, miembros de mi familia especialmente y me doy cuenta de que he ganado muchísimas amigas nuevas, de las que “si me entienden”, mujeres maravillosas a quienes admiro mucho, también mamás de angelitos, pero tampoco quiero perder a mis amigas de antes, a las de siempre. Lo triste es, que aunque yo si tengo mucho que ver en esto, no solo depende de mí. Espero sinceramente que mi amiga regrese y que todo esto sirva para fortalecer nuestra amistad, pero sobretodo espero que ésta tristeza que me acompaña se vaya pronto, porque como siempre he dicho en mi corazón solo hay lugar para mi Sebastián que es todo amor y felicidad! Creo también, que esta tristeza mucho tiene que ver, con el hecho de que por más que crean que el año 2010 para nosotros fue el peor, es todo lo contrario... fue el mejor de nuestras vidas! Nos trajo el regalito más maravilloso y especial por el cual pudimos pedir! Y de verdad lo digo: todo el dolor valió la pena el haberlo conocido, amado y seguir teniéndolo en diferente forma, pero más cerca del corazón.

Adiós 2010, gracias por todo! 

Les deseo un feliz año nuevo 2011, gracias a todos por su cariño.

Hace un tiempo leí un texto del Dr. Bianchi (está dividido en 2 partes) que publicaron mis amigos de Renacer Rosario, que les dejo aquí abajo, me parece muy interesante. 

CHARLA DEL DOCTOR BIANCHI EN LUJAN (PARTE 1)
Dr. Bianchi.- Buenas tardes.
Agradezco esta invitación a los grupos de Luján. Me sorprende tanta audiencia.
Hace muchos años yo participo de reuniones con grupos de padres que perdieron hijos, compartiendo con ellos talleres, encuentros de reflexión. 

Tengo que contarles que hace ya mucho tiempo –17 ó 18 años es mucho tiempo– yo perdí un hijo. Un hijo mío murió en un accidente de tránsito. Tenía 20 años en aquel momento. Se llamaba –se llama– Martín. Era un muchacho muy lindo realmente, por fuera y por dentro. Un chico varonil, muy lindo chico, muy deportista, muy amigo de sus amigos, de un trato muy amoroso con todos nosotros, con la familia. Travieso, divertido, con sentido del humor. Un chico que daba mucho amor en general, a la gente, a sus amigos, a las novias que tuviera, a su perro. También a las personas mayores. Tenía tiempo, pese a que los chicos a esa edad viven apurados, pero él tenía tiempo para escuchar a los abuelos, para sentarse con ellos y con algún anciano que no fueran sus abuelos. A veces desaparecía unas horas porque en la calle se había encontrado con algún anciano, porque si él percibía que había que acompañarlo a algún lado, él lo hacía.
Martín era un chico como muchos de los hijos de ustedes. No importa la edad, más grandes o más chicos, pero estoy refiriendo todo esto porque si esto no hubiera ocurrido, yo no estaría aquí, ni ustedes me hubiesen invitado.
Porque, en general, a mí no me invitan porque soy médico psiquiatra. A mí me invitan porque soy un padre que perdió un hijo. Esto es lo que se genera con otros papás, el lenguaje común, esa relación de ida y vuelta que nos permite reflexionar juntos sobre este tema, sobre el tema del duelo.

El duelo provocado por pérdidas muy significativas, la pérdida de un hijo se inscribe normalmente entre las pérdidas más significativas, debido a que ya, de por sí, el modelo biológico está alterado. Y uno, desde sus conocimientos, desde su sistema de creencias, no tiene respuestas frente a un hecho de esta naturaleza.
Quiero comentarles todo lo que comenzó en la noche más oscura de mi vida, que es la noche en que Martín muere, y en que yo me hago cargo –junto con mi pareja, con la madre– de todos estos avatares y rituales que tienen que ver con un velatorio y demás. En este momento uno está sumido en un enorme desconcierto, debido a que, como les decía, lo que nosotros podemos saber hasta aquí, no nos da ninguna respuesta frente a un hecho de esa naturaleza.

Sentí en mí un derrumbe. Y así lo describo. Así se describe al duelo por pérdida significativa, como un derrumbe epistemológico, dice la psicología, la psiquiatría, un derrumbe emocional. Episteme es conocimiento. Nuestro conocimiento se derrumba frente a la falta de respuestas, frente a este desgarro emocional que, en principio, uno tampoco lo entiende. Tampoco entiendo lo que sucedió.

Les cuento lo mío porque esto puede ser cierto en muchos de ustedes también. En estos primeros momentos no hay ni siquiera la aceptación de lo que ocurrió. Todos, frente a lo que nos duele mucho, a lo que nos hace sufrir, reaccionamos con una negación. “No puede ser”, “No es cierto”, “Esto es una pesadilla”.
Recuerdo vagamente esos primeros instantes. No me daba cuenta de nada. Incluso, es como que, viéndolo a mi hijo en su velatorio, sentí un orgullo de mi hijo, de lo pintón, de lo varonil que era. Yo se lo quería mostrar a la gente que se acercó en ese momento, con una total negación de lo que había sucedido. No sé qué pensaba yo, que, a lo mejor, terminado el velatorio, me lo podía llevar a mi casa…

Después, conversando con muchos papás, a lo largo de todo este tiempo, he podido comprobar que esto es bastante habitual, que la negación de lo que sucedió, en un principio es muy habitual. Y esa aceptación que, en algún momento se da, es imprescindible para comenzar el proceso de un duelo. Si no hay aceptación de lo sucedido, el duelo no comienza.

Al principio, frente a este duelo hay una desmentida de la realidad. Uno desmiente la realidad: “Esto no puede ser”, “No es posible”. Lleva mucho tiempo –no un tiempo cronológico, sino un tiempo interno– modificar estos sentimientos.

Para aquella época yo tenía ya 30 años de psiquiatra. Hablo de 1990. Y si bien era psiquiatra, yo me dedicaba casi exclusivamente a la atención de las parejas en conflicto, a la conflictiva de la pareja. Es decir que lo que yo podía saber de duelo en aquel momento, era lo que puede saber, en general, cualquier persona que no ha tenido la experiencia vivencial de una pérdida significativa.

Es decir, yo tenía un conocimiento bastante racional de lo que era el duelo. Si bien había leído, tal vez, más que otras personas porque por ser psiquiatra, por supuesto, había leído la teoría. Ya había leído escritos como “Aflicción y melancolía” de Sigmund Freíd. Pero, claro, lo leía en aquel momento sin haber pasado por la experiencia vivencial de haber perdido un hijo.

El derrumbe fue muy grande y no había grupos de auto ayuda; en 1990 Renacer no había empezado a funcionar en Buenos Aires. Recién un año y medio después participé como integrante del primer grupo Renacer en Buenos Aires, en un espacio físico cedido por la Parroquia San Cayetano, en el barrio de Belgrano. Allí conocí a 20 ó 30 papás y mamás que habían perdido hijos también. 

Pero ya había pasado un año y medio de la muerte de Martín. Durante ese año y medio no tuve quien pudiera acercarme la comprensión del que también ha pasado por una crisis de esta índole.
Por ser psiquiatra yo tenía que llevar mi propia terapia. Es decir, yo tenía mi terapeuta en aquel tiempo. Realmente, un terapeuta de lujo desde el punto de vista de la psiquiatría y psicología con el cual, a través del tiempo, nos unió una verdadera amistad. Y pese a eso, en aquel momento mi terapeuta no me pudo ayudar porque no tenía algunas respuestas que yo creo que hoy sí tengo a través de tanto tiempo. Entonces, me consolaba. Algunas veces yo levaba algunas fotos y escritos de mi hijo y él podía emocionarse conmigo, llorando conmigo. Pero esas no eran las respuestas que yo esperaba porque yo tenía quien llorara conmigo.
Un gran terapeuta, pero en aquel momento no me ayudó. ¿Por qué? Ahora voy a mezclar un poco entre mi desconocimiento, mi derrumbe emocional de aquella época con lo que hoy sí yo entiendo con respecto al duelo.

No me pudo ayudar porque el duelo no es una enfermedad. Y esto es una convicción que tenemos que tener muy clara. El proceso del duelo no es una enfermedad. Por lo tanto, no puede ser resuelto a través de la ciencia. El duelo implica una crisis existencial, no es objeto para la ciencia. No es un objeto para la ciencia. Y cualquier ciencia, sin su objeto, pierde sentido. La nefrología existe porque existe un objeto que es el riñón; si no, no existiría. Ese duelo, ese derrumbe emocional no es objeto para la ciencia. No estamos enfermos.

Después yo me di cuenta de por qué este gran terapeuta –mi terapeuta– no me podía ayudar. Porque él confundía la aflicción, la profunda aflicción que es el sentimiento que embarga a un doliente, la confundía con una depresión, que es una entidad patológica y me trataba en consecuencia, como si lo mío fuese una depresión. Entonces, ¿qué trataba de hacer?, que yo pudiera superar la depresión. Tiempo después me di cuenta que desde la ciencia se actúa de esa manera , lo que se busca es la anulación del duelo, no la superación del duelo.
La superación es lo que nosotros intentamos hacer a través del tiempo, que es dar una respuesta a esa enorme pregunta que el destino nos ha hecho al llevarnos un hijo. Y esa respuesta es ética, no científica. ¿Y por qué es ética? Porque la ética es una manera de actuar en consecuencia y de dar respuestas. Por lo tanto, en aquel momento, con esta confusión diagnóstica, mi terapeuta no me pudo ayudar.
No estaba mal lo que él hacía, porque no había tenido la experiencia vivencial. ¿Por qué nosotros buscamos participar de algún grupo de iguales? Si no iguales, parecidos. Porque el lenguaje común es rápido, fluido y porque nosotros sentimos que nuestras lágrimas o, a veces, nuestras sonrisas, pueden ser aceptadas por el otro y no interpretadas racionalmente.
Ahora, cuando un terapeuta intenta anular una depresión, está bien que él lo quiera hacer, porque como cualquier otra enfermedad, también trataría de anularla. Pero lo nuestro no es eso. Y estas son convicciones que todos los que pasamos por esto lo debemos tener claras. No somos enfermos, por lo tanto, la ciencia no tiene respuestas. No hay una respuesta hegemónica desde la ciencia hacia el duelo.

Después, si tenemos tiempo, podemos discurrir sobre esto. No es que la psicología o la psiquiatría no tengan especial cabida en lo que podría ser un centro asistencial interdisciplinario para el duelo donde sí podrían participar los dolientes, a lo mejor, con profesionales –pero con aquellos profesionales que entendieran que la aflicción no es depresión o enfermedad– y donde nosotros, como padres dolientes, fuéramos respetados como sabedores, a través de nuestra experiencia vivencial. Allí, un profesional que no la haya tenido, podría aportarnos, desde su saber, conceptos que sí nos pueden interesar, desde una manera interdisciplinaria. 

Creo que los grupos, en general, no debieran cerrarse a la posibilidad de escuchar otras verdades que puedan provenir de un filósofo, psicólogo o religioso. He visto grupos que dicen: “sí, pero éste no perdió un hijo”. En algún aspecto, nosotros buscamos a los que son iguales a nosotros, pero después podemos aceptar que, de una manera interdisciplinaria, otros conocimientos o saberes nos pueden ayudar.