miércoles, 12 de enero de 2011

(El duelo como un proceso, III parte)

CHARLA DEL DR. BIANCHI EN LUJAN (PARTE 3)

Yo defino al duelo como un proceso. Un proceso es una sucesión de etapas. Cualquiera de ustedes sabe que uno va cambiando día a día, que no siempre está igual. Incluso, muchas veces, uno no está igual dentro del mismo día. Uno tiene grandes cambios. Entonces, el proceso del duelo es la respuesta emocional normal frente a toda pérdida significativa. Decimos que no es una patología, no es una enfermedad. Es una respuesta que se extiende en el tiempo.

Ésta es una pregunta interesante: ¿el duelo finaliza?, ¿termina el duelo? En algunas escuelas psicoanalíticas se habla del final del duelo. Pero no hay tal final del duelo. El duelo es un sentimiento permanente. Los que estamos de duelo por haber perdido un ser entrañablemente querido, seguiremos estando de duelo hasta que nosotros vivamos. Entonces, ¿el duelo es un sentimiento permanente?

No es un sufrimiento permanente, en la medida en que nosotros podamos dar una respuesta saludable que nos permita volver a otorgar un sentido a nuestra vida que, de algún modo, es otorgarle un sentido a la muerte de un hijo.

Cuando la psiquiatría habla del final del duelo, de acuerdo a mis condiciones, y a lo que yo escribo, el final del duelo sería cuando uno logra el desapego. Es decir, cuando uno logra desprenderse de la tiranía del pasado y unir dentro de uno el recuerdo cariñoso de ese hijo que no está, con nuestro propio proyecto de vida. Cuando nosotros podemos volver a caminar. Y lo que podemos caminar y hacia dónde caminamos está íntimamente relacionado con ese hijo que físicamente no está, que ha producido cambios tan importantes en nosotros.

Yo creo que cuando se llega al desapego, cuando uno logra desprenderse de la tiranía del pasado y hace coincidir dentro de uno el recuerdo cariñoso de quien no está con nuestro propio proyecto de vida, es lo que la psiquiatría llama final del duelo.
El duelo es un sentimiento permanente.
Es nuestro compromiso el que sea un sentimiento permanente. Nosotros tenemos el enorme compromiso y la responsabilidad de sostener el vínculo amoroso que tuvimos con ese hijo o hija. Ellos no pueden hacer nada para ayudarnos, para que los recordemos, para que no los olvidemos. El compromiso y responsabilidad es del doliente, del que quedó. “Voy a hacer mi vida y seguir adelante”, pero con el recuerdo permanente y cariñoso de quien no está.

Esa situación de desapego va unida a la trascendencia al dolor. Trascender al dolor es hacer el egocidio, dejar el egocentrismo, levantar la vista y ver que a él también le duele. Trascender el dolor.
Por eso, para la Logoterapia –que es una de las escuelas psicoanalíticas que hay, la única que parte desde un concepto de alteridad, de respeto y conocimiento por el otro– el hombre que supera el dolor y llega al dolor de los demás, trasciende como ser humano. Nuestros hijos también trascienden su muerte física. Esa es nuestra responsabilidad y compromiso.
Ellos están en nosotros. Ellos nos ocupan, están en nosotros.

Ustedes ven que, al principio del duelo, cuando uno pierde algo, lo quiere encontrar, lo quiere recuperar. Cuando uno pierde un ser tan querido, lo busca para recuperarlo. “¿Dónde está?”. “¿Está en el cementerio?” y hay gente que va muy seguido al cementerio; así como hay otros que no fueron más que el día que lo llevaron al cementerio y no volvieron más. Mucha gente va mucho al cementerio porque está buscando a su hijo; creen que está allí. Yo iba mucho al cementerio al principio. Estaba muy confundido. Sin tener nada claro. Yo lo buscaba entrañablemente en el cementerio.
O no querer que se modifique nada de la habitación donde él vivía, en casa, porque para mí él estaba en su ropa, en sus camperas. Durante un tiempo, indudablemente tenían el olor de él. Entonces, uno lo busca, se abraza a una campera, o va al cementerio.

Yo creo que después, con el tiempo, los dolientes nos vamos dando cuenta de que no está en el cementerio. Además esto se puede comprobar fácilmente. Si ustedes van a un cementerio, van a ver que hay tumbas con flores y tumbas sin flores. Nada más lean las fechas y van a ver que las flores están en tumbas bastante recientes. No tengan duda de que hay muchas tumbas sin flores y cuando ven la fecha, son las más antiguas. La de Martín, por ejemplo, no tiene flores, y al principio estaba llena de flores. No sólo iba yo, sino mucha gente que lo quería. Pero la vida continúa para todos. Las flores menudean, cada vez hay menos, y las visitas al cementerio también van siendo menos.

Creo que no está mal que esto ocurra. Yo puedo ir menos o no ir, o ir esporádicamente porque yo siento que él está conmigo. Finalmente, lo he puesto ya no en la campera o en la ropa o en la habitación que él tenía; él está conmigo. Es decir que siento que voy y vengo y viajo con él. Por eso pude no ir más al cementerio. Por eso pude mudarme. Yo no quería mudarme porque la habitación de Martín era como un museo, yo no podía pensar en separarme de su habitación.

Cuando uno se da cuenta de que la muerte no es una ausencia, sino una presencia distinta y que ese ser que ha muerto no tiene objeto sustitutivo, pero nosotros lo podemos recuperar en otra dimensión, donde sí sigue existiendo, trasciende su muerte física dentro de lo que lo queremos.

Bueno, no sólo va menos gente al cementerio, con el tiempo también hay gente que a lo mejor nos visitaban, nos visitan menos o no quieren que hablemos de nuestros hijos. Por eso, durante un tiempo, el concurrir a un grupo de ayuda mutua, donde uno puede libremente recordar cosas de sus hijos creo que es algo necesario porque las puertas se van cerrando, si no.
Un grupo de ayuda mutua es un buen lugar. No es el único. Es un buen lugar. También conozco papás y mamás que no participaron de grupos de ayuda mutua y pudieron dar una respuesta valiente y saludable a la muerte de un hijo dentro de un proceso terapéutico; o llevados por su sistema de creencias; o un sacerdote los pudo ayudar.

De lo que sí estoy convencido es que el peor duelo es el duelo solitario. Nosotros tenemos que tener con quien poder hablar de nuestro hijo y recordar situaciones. En general, con el tiempo, podemos ir recordando situaciones alegres, situaciones risueñas. Podemos recordar, a lo mejor, a nuestro hijo con una sonrisa, porque algunos hemos tenido la suerte de disfrutar muchos momentos felices. Y de eso es de lo que nos tenemos que asir. De esos momentos felices.

Gabriel García Márquez dijo: “La memoria del corazón elimina los malos recuerdos y atesora los buenos, y es gracias a ese artilugio que logramos sobrellevar el pasado”. Creo que es así, creo que es cierto.

Lo que uno extraña son los momentos felices del vínculo. Los momentos que se acompañaron con una sonrisa, un abrazo.

Describo en el libro, cuando hablo de los obstáculos y vicisitudes en el camino del duelo, que uno de esos obstáculos son las escenas temidas, son los momentos que siguen a la muerte: el velatorio, el entierro, la Morgue. Lamentablemente tuve que pasar por todas estas experiencias. Fueron dos o tres días que durante mucho tiempo me obsesionaron y me despertaban a la noche. Esas son las escenas temidas. No tiene sentido que les cuente esos tres días, pero se los podría contar sin mayor emoción porque eso no es lo que yo extraño de Martín. Además, ¿quién extraña un velatorio?
Uno extraña los momentos felices. Me parece que Joseph Conrad tiene razón, nosotros tenemos que quedarnos con el recuerdo permanente y cariñoso de los momentos felices que pudimos haber disfrutado con ellos y de esa manera, entonces, el comentario acerca de nuestro hijo se puede acompañar de una sonrisa, de un momento de paz y serenidad.

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