jueves, 6 de enero de 2011

y terminó el año! (El duelo no es una enfermedad I parte)

Y pasaron las fiestas de fin de año…. Gracias al cielo! Nunca me imaginé que fueran a ser tan pero tan difíciles. Hace un año, cuando Sebastián todavía estaba entre mi panza, éramos tan pero tan felices! Mi mamá le regaló a Sebastián una taza, una tacita en forma de carrito preciosa y me acuerdo que le pregunté porque un carrito si no sabíamos si era nene o nena! Hasta el día de hoy no sabe porque escogió el carrito, me imagino que simplemente sabía. Si, y es que el Sebita dejó ver que era un varoncito en el ultrasonido hasta cuando tenía casi 7 meses! El que nunca dudó fue su papá. Fernando desde los primeros meses de embarazo sabía que era un nene, siempre supo que era Sebastián. Yo no. Mi instinto de madre falló, me pasé los primeros 6 meses jurando que era una nena, incluso le hablaba como que fuera nena. Perdón mi chiquitín ;) Tal vez se deba al hecho de que toda la vida desde que tengo memoria quise que mi primer hijo fuera un nene. Así que traté de convencerme a mi misma de que era una nena por si mi deseo no se cumplía.

Si, la navidad pasada fue especial, me acuerdo que comía y comía dulces y galletas por todos lados, al Sebas le encantaba lo dulce! Y lo sé porque a mi nunca me ha gustado. Soy de las que se toman el café sin azúcar, de las que comen helado una vez al año, de las que prefiere un taco a un pastel y con Sebastián de repente todo lo dulce era mi primera y única opción! Era inmensamente feliz, lloré mucho, pero lloraba de felicidad, de emoción, no podía creer que estaba pasando, me sentía tan afortunada, bendecida, tenía todo lo que quería y no había nada más que pudiera pedir. Bueno, claro, solamente que mi bebito naciera bien. 

Pero este año todo fue diferente… todas las ilusiones y la esperanza del año pasado desaparecieron, pero lo que más faltó fue nuestro Sebastián! No me gusta decirle que lo extraño porque generalmente no lo extraño, lo siento conmigo, pero esta vez sí sentí el verdadero dolor de la ausencia física. Una tristeza indescriptible se instaló en mi corazón desde un poco antes de navidad y de alguna manera hasta el día de hoy no se quiere ir. Sé que es normal y lucho por seguir adelante aunque no es fácil porque además de todo: Son pocos los que entienden, y uno tiene (o quiere) pasar todo este proceso solo. Como dijera mi querida amiga/hermana Loreto quien escribió un lindo texto al que llamó “No me juzgues por favor” en un párrafo: “En esta montaña de sentimientos tendré minutos buenos y minutos malos, no creas que verme sonreír significa que todo ha pasado, no pienses que si lloro amargamente necesito ayuda, no me juzgues si no tengo un día bueno, si no le encuentro sentido a las cosas, no tengas miedo de hablar de mi hijo, no te sorprendas si hablo de él a cada instante, si lo recuerdo, si lo imagino, es mi manera de tenerlo presente, es mi manera de mantenerlo vivo porque para mi sigue existiendo” y así es. 

Poco antes de navidad estuve pensando mucho y llegué a la conclusión que tampoco es justo decir que nadie entiende si ni siquiera les damos la oportunidad de entender, los que hemos vivido esto no me dejaran mentir cuando digo que de alguna forma nosotros tratamos de protegemos, a veces nos alejamos para evitar que nos lastimen los que “no entienden”, nos callamos porque sabemos que  "no entienden” y así que me armé de valor y le escribí un correo a una de mis mejores amigas contándole todo, le abrí mi corazón totalmente, lloré mucho mientras lo escribía y lo releí tres veces para asegurarme de que estuviera bien. Le dije que la necesitaba, que me dolía mucho que no entendiera. Le comenté varias situaciones que me hicieron mucho daño pero también le dije que sabía que ella no podía entender por que no lo había vivido, que la quería mucho y era muy importante en mi vida, que su amistad era tan valiosa para mi, que por eso había tomado la decisión de escribirle. Mala idea. Mi amiga se ofendió tanto que dejó de hablarme por varios días, no contestaba mis mensajes, ni mis llamadas, ni mis correos, nada! Le pedí perdón de corazón, me arrepentí de haberle escrito, de hecho pasé la navidad pensando que nuestra amistad había terminado y eso me puso más triste. Dos días antes de año nuevo me escribió, me confirmó que si se había ofendido, que no había querido hablar conmigo, que no lograba entender, además de que tenía muchas cosas en la caebeza, que la perdonara, me dijo que nos juntáramos a desayunar,  pero lastimosamente yo no podía el día que ella podía, entonces, le escribí diciéndole y asegurándole que cualquier otro día que ella pudiera yo iba a poder, porque era importante que lo habláramos. Pero nunca me contestó y aquí estoy otra vez sin saber nada de ella. Como le dije: no la culpo, probablemente también yo le hago daño a ella. Es una situación bastante complicada y la verdad me da miedo caer en un punto en el que no solo las personas a mi alrededor crean que mi vida y lo que me ha pasado es más importante que lo que otros viven, sino que yo también en algún momento lo llegue a creer. Y no niego que a veces me parece que es así, que realmente no hay nada peor en el mundo que lo que nos ha pasado, que la muerte es la única cosa en la vida que no tiene solución, pero en el fondo sé que no es así. Voy aprendiendo a que no es así. La verdad es que todos tienen sus vidas, sus propios problemas. Con el pasar del tiempo me he dado cuenta que, y me viene a la mente una frase muy linda para explicarlo mejor: “No importa cuán roto esté mi corazón, el mundo no se detendrá ante mi dolor”. Y no lo digo solo refiriéndome a mi, sino a todos nosotros. Es la realidad.  Pero es un proceso difícil, muy largo… y mientras transito por este camino agradezco de corazón todo el apoyo y el amor de las personas que me quieren, que están a mi lado, miembros de mi familia especialmente y me doy cuenta de que he ganado muchísimas amigas nuevas, de las que “si me entienden”, mujeres maravillosas a quienes admiro mucho, también mamás de angelitos, pero tampoco quiero perder a mis amigas de antes, a las de siempre. Lo triste es, que aunque yo si tengo mucho que ver en esto, no solo depende de mí. Espero sinceramente que mi amiga regrese y que todo esto sirva para fortalecer nuestra amistad, pero sobretodo espero que ésta tristeza que me acompaña se vaya pronto, porque como siempre he dicho en mi corazón solo hay lugar para mi Sebastián que es todo amor y felicidad! Creo también, que esta tristeza mucho tiene que ver, con el hecho de que por más que crean que el año 2010 para nosotros fue el peor, es todo lo contrario... fue el mejor de nuestras vidas! Nos trajo el regalito más maravilloso y especial por el cual pudimos pedir! Y de verdad lo digo: todo el dolor valió la pena el haberlo conocido, amado y seguir teniéndolo en diferente forma, pero más cerca del corazón.

Adiós 2010, gracias por todo! 

Les deseo un feliz año nuevo 2011, gracias a todos por su cariño.

Hace un tiempo leí un texto del Dr. Bianchi (está dividido en 2 partes) que publicaron mis amigos de Renacer Rosario, que les dejo aquí abajo, me parece muy interesante. 

CHARLA DEL DOCTOR BIANCHI EN LUJAN (PARTE 1)
Dr. Bianchi.- Buenas tardes.
Agradezco esta invitación a los grupos de Luján. Me sorprende tanta audiencia.
Hace muchos años yo participo de reuniones con grupos de padres que perdieron hijos, compartiendo con ellos talleres, encuentros de reflexión. 

Tengo que contarles que hace ya mucho tiempo –17 ó 18 años es mucho tiempo– yo perdí un hijo. Un hijo mío murió en un accidente de tránsito. Tenía 20 años en aquel momento. Se llamaba –se llama– Martín. Era un muchacho muy lindo realmente, por fuera y por dentro. Un chico varonil, muy lindo chico, muy deportista, muy amigo de sus amigos, de un trato muy amoroso con todos nosotros, con la familia. Travieso, divertido, con sentido del humor. Un chico que daba mucho amor en general, a la gente, a sus amigos, a las novias que tuviera, a su perro. También a las personas mayores. Tenía tiempo, pese a que los chicos a esa edad viven apurados, pero él tenía tiempo para escuchar a los abuelos, para sentarse con ellos y con algún anciano que no fueran sus abuelos. A veces desaparecía unas horas porque en la calle se había encontrado con algún anciano, porque si él percibía que había que acompañarlo a algún lado, él lo hacía.
Martín era un chico como muchos de los hijos de ustedes. No importa la edad, más grandes o más chicos, pero estoy refiriendo todo esto porque si esto no hubiera ocurrido, yo no estaría aquí, ni ustedes me hubiesen invitado.
Porque, en general, a mí no me invitan porque soy médico psiquiatra. A mí me invitan porque soy un padre que perdió un hijo. Esto es lo que se genera con otros papás, el lenguaje común, esa relación de ida y vuelta que nos permite reflexionar juntos sobre este tema, sobre el tema del duelo.

El duelo provocado por pérdidas muy significativas, la pérdida de un hijo se inscribe normalmente entre las pérdidas más significativas, debido a que ya, de por sí, el modelo biológico está alterado. Y uno, desde sus conocimientos, desde su sistema de creencias, no tiene respuestas frente a un hecho de esta naturaleza.
Quiero comentarles todo lo que comenzó en la noche más oscura de mi vida, que es la noche en que Martín muere, y en que yo me hago cargo –junto con mi pareja, con la madre– de todos estos avatares y rituales que tienen que ver con un velatorio y demás. En este momento uno está sumido en un enorme desconcierto, debido a que, como les decía, lo que nosotros podemos saber hasta aquí, no nos da ninguna respuesta frente a un hecho de esa naturaleza.

Sentí en mí un derrumbe. Y así lo describo. Así se describe al duelo por pérdida significativa, como un derrumbe epistemológico, dice la psicología, la psiquiatría, un derrumbe emocional. Episteme es conocimiento. Nuestro conocimiento se derrumba frente a la falta de respuestas, frente a este desgarro emocional que, en principio, uno tampoco lo entiende. Tampoco entiendo lo que sucedió.

Les cuento lo mío porque esto puede ser cierto en muchos de ustedes también. En estos primeros momentos no hay ni siquiera la aceptación de lo que ocurrió. Todos, frente a lo que nos duele mucho, a lo que nos hace sufrir, reaccionamos con una negación. “No puede ser”, “No es cierto”, “Esto es una pesadilla”.
Recuerdo vagamente esos primeros instantes. No me daba cuenta de nada. Incluso, es como que, viéndolo a mi hijo en su velatorio, sentí un orgullo de mi hijo, de lo pintón, de lo varonil que era. Yo se lo quería mostrar a la gente que se acercó en ese momento, con una total negación de lo que había sucedido. No sé qué pensaba yo, que, a lo mejor, terminado el velatorio, me lo podía llevar a mi casa…

Después, conversando con muchos papás, a lo largo de todo este tiempo, he podido comprobar que esto es bastante habitual, que la negación de lo que sucedió, en un principio es muy habitual. Y esa aceptación que, en algún momento se da, es imprescindible para comenzar el proceso de un duelo. Si no hay aceptación de lo sucedido, el duelo no comienza.

Al principio, frente a este duelo hay una desmentida de la realidad. Uno desmiente la realidad: “Esto no puede ser”, “No es posible”. Lleva mucho tiempo –no un tiempo cronológico, sino un tiempo interno– modificar estos sentimientos.

Para aquella época yo tenía ya 30 años de psiquiatra. Hablo de 1990. Y si bien era psiquiatra, yo me dedicaba casi exclusivamente a la atención de las parejas en conflicto, a la conflictiva de la pareja. Es decir que lo que yo podía saber de duelo en aquel momento, era lo que puede saber, en general, cualquier persona que no ha tenido la experiencia vivencial de una pérdida significativa.

Es decir, yo tenía un conocimiento bastante racional de lo que era el duelo. Si bien había leído, tal vez, más que otras personas porque por ser psiquiatra, por supuesto, había leído la teoría. Ya había leído escritos como “Aflicción y melancolía” de Sigmund Freíd. Pero, claro, lo leía en aquel momento sin haber pasado por la experiencia vivencial de haber perdido un hijo.

El derrumbe fue muy grande y no había grupos de auto ayuda; en 1990 Renacer no había empezado a funcionar en Buenos Aires. Recién un año y medio después participé como integrante del primer grupo Renacer en Buenos Aires, en un espacio físico cedido por la Parroquia San Cayetano, en el barrio de Belgrano. Allí conocí a 20 ó 30 papás y mamás que habían perdido hijos también. 

Pero ya había pasado un año y medio de la muerte de Martín. Durante ese año y medio no tuve quien pudiera acercarme la comprensión del que también ha pasado por una crisis de esta índole.
Por ser psiquiatra yo tenía que llevar mi propia terapia. Es decir, yo tenía mi terapeuta en aquel tiempo. Realmente, un terapeuta de lujo desde el punto de vista de la psiquiatría y psicología con el cual, a través del tiempo, nos unió una verdadera amistad. Y pese a eso, en aquel momento mi terapeuta no me pudo ayudar porque no tenía algunas respuestas que yo creo que hoy sí tengo a través de tanto tiempo. Entonces, me consolaba. Algunas veces yo levaba algunas fotos y escritos de mi hijo y él podía emocionarse conmigo, llorando conmigo. Pero esas no eran las respuestas que yo esperaba porque yo tenía quien llorara conmigo.
Un gran terapeuta, pero en aquel momento no me ayudó. ¿Por qué? Ahora voy a mezclar un poco entre mi desconocimiento, mi derrumbe emocional de aquella época con lo que hoy sí yo entiendo con respecto al duelo.

No me pudo ayudar porque el duelo no es una enfermedad. Y esto es una convicción que tenemos que tener muy clara. El proceso del duelo no es una enfermedad. Por lo tanto, no puede ser resuelto a través de la ciencia. El duelo implica una crisis existencial, no es objeto para la ciencia. No es un objeto para la ciencia. Y cualquier ciencia, sin su objeto, pierde sentido. La nefrología existe porque existe un objeto que es el riñón; si no, no existiría. Ese duelo, ese derrumbe emocional no es objeto para la ciencia. No estamos enfermos.

Después yo me di cuenta de por qué este gran terapeuta –mi terapeuta– no me podía ayudar. Porque él confundía la aflicción, la profunda aflicción que es el sentimiento que embarga a un doliente, la confundía con una depresión, que es una entidad patológica y me trataba en consecuencia, como si lo mío fuese una depresión. Entonces, ¿qué trataba de hacer?, que yo pudiera superar la depresión. Tiempo después me di cuenta que desde la ciencia se actúa de esa manera , lo que se busca es la anulación del duelo, no la superación del duelo.
La superación es lo que nosotros intentamos hacer a través del tiempo, que es dar una respuesta a esa enorme pregunta que el destino nos ha hecho al llevarnos un hijo. Y esa respuesta es ética, no científica. ¿Y por qué es ética? Porque la ética es una manera de actuar en consecuencia y de dar respuestas. Por lo tanto, en aquel momento, con esta confusión diagnóstica, mi terapeuta no me pudo ayudar.
No estaba mal lo que él hacía, porque no había tenido la experiencia vivencial. ¿Por qué nosotros buscamos participar de algún grupo de iguales? Si no iguales, parecidos. Porque el lenguaje común es rápido, fluido y porque nosotros sentimos que nuestras lágrimas o, a veces, nuestras sonrisas, pueden ser aceptadas por el otro y no interpretadas racionalmente.
Ahora, cuando un terapeuta intenta anular una depresión, está bien que él lo quiera hacer, porque como cualquier otra enfermedad, también trataría de anularla. Pero lo nuestro no es eso. Y estas son convicciones que todos los que pasamos por esto lo debemos tener claras. No somos enfermos, por lo tanto, la ciencia no tiene respuestas. No hay una respuesta hegemónica desde la ciencia hacia el duelo.

Después, si tenemos tiempo, podemos discurrir sobre esto. No es que la psicología o la psiquiatría no tengan especial cabida en lo que podría ser un centro asistencial interdisciplinario para el duelo donde sí podrían participar los dolientes, a lo mejor, con profesionales –pero con aquellos profesionales que entendieran que la aflicción no es depresión o enfermedad– y donde nosotros, como padres dolientes, fuéramos respetados como sabedores, a través de nuestra experiencia vivencial. Allí, un profesional que no la haya tenido, podría aportarnos, desde su saber, conceptos que sí nos pueden interesar, desde una manera interdisciplinaria. 

Creo que los grupos, en general, no debieran cerrarse a la posibilidad de escuchar otras verdades que puedan provenir de un filósofo, psicólogo o religioso. He visto grupos que dicen: “sí, pero éste no perdió un hijo”. En algún aspecto, nosotros buscamos a los que son iguales a nosotros, pero después podemos aceptar que, de una manera interdisciplinaria, otros conocimientos o saberes nos pueden ayudar.

1 comentario:

  1. amiga querida, tu tienes esa capacidad de sentir propia cada una de tus palabras.
    Las fiestas de fin de año, un balance obligado de lo que fue, es inevitable vernos hace un año atrás, viviendo sin dudas el momento mas mágico hermoso y atesorado de nuestras vidas...sin duda la ausencia física se siente pesa, duele molesta, aflige. Fue un año duro que no significa que solo pasaron cosas malas sino que fue intenso de momentos bellos y momentos no tan buenos. 2010 significo ser mamá por primera vez conocer al amor de nuestras vida, este pequeño corazón que nos robo parte del nuestro, nuestras vidas tienen sentido porque ellos vinieron a cambiarnos la vida, en el 2010 también la vida nos golpeo con su pronta partida, pero de manera mágica este dolor se transformo en mas amor que hoy repleta el cielo. 2010 aunque yo quería que te fueras luego trajiste lo mas hermoso de mi vida y por eso estoy agradecida. 2011 espero que seas mas feliz que el anterior y que sea el año de los milagros y la esperanza
    recuerdo cuando hablamos de las amigas cuando se alejaban o nos cambiaban de tema, de cierta manera nosotras solemos hacer lo mismo, callar, alejarnos para no incomodar.... porque es cierto que uno se vuelve una ostrita y no por no querer hablar sino por el miedo al enfrentar al otro.
    No sabes que es mas fácil si guardar silencio o llevar un cartel en el pecho que cuente nuestra historia y ahorrarnos un par de caras de incomodidad y unos disculpas por tocar el tema... aun no logro entender porque me piden disculpas cuando me preguntan por mi hijo, solo sonrio y les digo esta bien mi guaton esta en un lugar mejor.
    Hay veces que cuando me cuentan una historia "triste" me descubro con una cara casi de normalidad y se me suele escapar un que pena pero la verdad conozco historias realmente triste (menos mal que han sido pocas veces), porque al menos yo soy una convencida que el perder un hijo, no se limita a ser un evento doloroso, es un cambio en nuestra forma de mirar la vida y la muerte como parte de esta, sinceramente creo que el pasar por esto te ayuda a ser mas empatico, te vuelve mejor persona, mejor hermano mama esposa, hija, ciudadano, toda lucha todo dolor se te vuelve propio, te encuentras mas atento a hacer el bien, egoísmo es una palabra que borras del diccionario... al menos yo siento que el mejor cambio que he vivido (se que lo compartirás conmigo) es ver lo hermoso de la vida, el lado positiva a las cosas, el vivir la vida con esperanza y una sonrisa y no con un miedo patológico y una angustia por las cosas que PUEDEN salir mal. Somos propensas a vivir todo intensamente y este saber y querer creer que hay un mas allá hace que todo tenga solución... hasta la muerte.

    Amiga solo espero que esta amiga te entienda un poquito como amiga, que logre ver desde un punto distinto al de ella, si se ofendió ya has pedido disculpa, yo se querida Anita que tu no querías hacerle mal, que solo estabas diciéndole lo importante que es para ti y cuanto la necesitas. Se que si esta amiga no vuelve estarás muy triste, pero preferimos que viva en la eterna ignorancia de lo que es este dolor a que le toque vivirlo para entenderte. Desde tu vereda es posible comprenderla porque puedes mirar desde varias posiciones distinta,y la sigues queriendo a pesar de todo. esperemos que todo este mejor entre ustedes.

    Te quiero mucho amiga, Sebas mi hijito-sobri amado siempre esta en mi corazón y pensamientos

    Cleme y Seba mis hermosos tesoros en el cielo

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